Qué estudiar en la jubilación: ideas, carreras y motivos para seguir aprendiendo

El wifi de la biblioteca no iba.
Un clásico.

Un hombre de pelo blanco, camisa remangada y mochila nueva miraba el cartel que decía “Clave: Ayuntamiento2024” con la paciencia de quien ya ha sobrevivido a Hacienda, a la mili y a tres gobiernos distintos.
Intentaba entrar en el campus virtual de su nuevo curso: Historia del Arte Contemporáneo.

—¿Le ayudo? —le preguntó una chica de veinte años con auriculares blancos.
—Sí, hija. Es que llevo media hora dándole y esto no arranca.

Él se llamaba Ramón. Tenía 68.
Y en ese momento, con la sonrisa torpe de quien se siente fuera de sitio, acababa de volver a estudiar después de medio siglo.

No lo hacía por un título ni por mejorar su currículum.
Lo hacía por lo mismo que uno se levanta temprano un domingo para ver amanecer: porque le da la gana.

Lo curioso es que, mientras a su alrededor chavales fingían atención con pantallas abiertas en veinte pestañas, Ramón era el único que sabía realmente por qué estaba allí.

Y ése es el punto:
en la jubilación, estudiar deja de ser una obligación y se convierte en un lujo.
Un lujo raro, sin corbata ni matrícula cara.
Un lujo que consiste en seguir curioso cuando el mundo te da permiso para dejar de estarlo.

El conflicto: las excusas que envejecen más que los años

El problema no es la edad.
Es la excusa.

“Ya no me da la cabeza.”
“Para qué, si ya he trabajado toda la vida.”
“Eso de estudiar es para jóvenes.”

Mentira cochina.

La cabeza no se apaga con los años; se apaga con el aburrimiento.
Lo que mata las ganas de aprender no son las arrugas, sino la rutina:
el sofá, la tele encendida por costumbre, los días que se parecen tanto que uno podría confundir el martes con el jueves.

Nos han vendido que jubilarse es descansar, y eso está bien… una temporada.
Pero después de un par de meses sin objetivos, la mente empieza a pedir guerra.
Y si no se la das, se la busca sola: preocupaciones, nostalgias, o esas vueltas mentales que no llevan a ningún sitio.

Estudiar no es solo aprender. Es ordenar el pensamiento hacia delante, no hacia atrás.
Es volver a tener una cita con algo nuevo.
Y ojo, no hace falta meterse en Física Cuántica. Puede ser historia, cocina, arte, escritura o cómo usar el maldito Excel sin romper el ordenador.

El conflicto real es otro: nos da vergüenza volver a ser principiantes.
Creemos que aprender a los 60 o 70 es ridículo, cuando en realidad es lo más valiente que se puede hacer.

Porque, seamos sinceros: ¿qué tiene más mérito?
¿Un chaval que estudia porque toca, o un adulto que estudia porque quiere?

La respuesta es tan obvia como incómoda.

La búsqueda: cómo volver a estudiar sin postureo (ni ansiedad de veinteañero)

Volver a estudiar no empieza en una matrícula.
Empieza en una pregunta:

“¿Qué tema me hace perder la noción del tiempo?”

No “qué me conviene”, no “qué está de moda”, no “qué dirán mis nietos”.
Lo que te remueve por dentro.

Porque a estas alturas ya no estudias para demostrar nada, sino para disfrutar de entender el mundo con ojos nuevos.
Esa es la auténtica revolución.

Si la curiosidad es el fuego, el estudio es la leña.
Y, ojo, no hace falta entrar en una universidad para sentirlo.
Puedes empezar con un curso gratuito, un taller del ayuntamiento, un grupo cultural del barrio, o con YouTube y una libreta llena de apuntes torcidos.

Lo importante es volver a sentir que aprendes algo por gusto.

Y ahí es donde muchos tropiezan: se ponen metas de estudiante, no de persona.
No hace falta aprender rápido ni ser el primero en la clase.
Hace falta saber disfrutar de estar aprendiendo, que es algo mucho más sabio.

Un ejemplo:
Juan, 67 años, ex conductor de autobús, se apuntó a clases de italiano.
Al principio se liaba con los artículos y las terminaciones.
Hoy viaja a Roma cada año, pide su pasta “al dente” y jura que el cerebro le funciona mejor que a los 50.

Eso no lo da el italiano. Lo da la actitud.

Y si no sabes por dónde empezar, hay una regla sencilla:
elige lo que te pique la curiosidad, no lo que te dé seguridad.
Porque la seguridad te duerme, y la curiosidad te despierta.

A veces la búsqueda empieza simplemente así: abriendo un libro, inscribiéndote en un curso de historia local, o entrando en una clase de pintura sin saber ni coger el pincel.
Da igual.
Lo único imprescindible es volver a sentirte aprendiz.

Porque cuando uno vuelve a ser aprendiz, la vida vuelve a tener sabor.

Estudiar para no volverte invisible

Hay un momento en la jubilación en que el teléfono deja de sonar tanto.
Ya no llaman del trabajo, los hijos van a lo suyo, los cafés con compañeros se espacian.
Y de pronto un martes por la tarde parece un domingo largo.

Lo llaman “descanso merecido”, pero a veces se parece más a un silencio incómodo.

Ahí es donde estudiar salva más de lo que parece.
No solo mantiene la cabeza despierta: te devuelve al mundo.

En un aula —presencial o virtual— no eres “el jubilado de tal sitio”.
Eres una persona con preguntas nuevas, y eso cambia todo.

En los programas universitarios para mayores se ven escenas que dan fe:
mujeres que vuelven a estudiar filosofía después de criar a cuatro hijos,
hombres que descubren la pintura con la misma pasión con la que antes hablaban de fútbol,
gente que sale de clase y se va a tomar una caña como si fueran compañeros de Erasmus.

Esa es la parte que no sale en los folletos: el estudio crea comunidad.
Y en una etapa donde muchos se sienten un poco invisibles, eso vale más que cualquier título.

Porque cuando te sientas en una clase, da igual si tienes 30 o 70:
te vuelves visible otra vez.
Tu nombre vuelve a sonar, tus ideas importan, tu risa contagia.

Y lo mejor de todo: descubres que todavía puedes aprender… y también enseñar.

Estudiar no es solo acumular conocimiento, es recuperar la tribu.
Y en tiempos donde todos miran pantallas, tener una tribu real es casi un acto de resistencia.

Estudiar desde casa (sin que se te caiga la motivación ni el alma)

Una de las maravillas de estos tiempos es que puedes estudiar desde casa sin moverte del sofá. Literalmente.
Desde el salón, con un café caliente y las zapatillas puestas, puedes entrar en una clase de historia del arte de la UNED, un curso online de Harvard o un taller de pintura en Domestika.

No hay edad para aprender, pero ahora tampoco hay excusa.

Los cursos online para mayores se han multiplicado:
la UNED Sénior, Coursera, edX, FutureLearn, incluso Google Actívate ofrecen programas gratuitos o casi regalados.
Hay de todo: idiomas, informática, nutrición, escritura, historia, psicología, incluso mindfulness (para quien necesite respirar después del ordenador).

Pero ojo: estudiar desde casa tiene su truco.
La libertad total es un regalo… y también una trampa.
Porque sin horario, sin compañeros y sin nadie que te pregunte “¿cómo vas?”, el sofá gana muchas batallas.

Por eso, el secreto para aprender en la jubilación sin perder la motivación está en hacer tres cosas simples:

  1. Rutina corta y realista. No intentes estudiar tres horas seguidas. Empieza con media. Pero todos los días.
  2. Lugar fijo. No estudies donde ves la tele. Crea tu “rincón de clase”: una mesa, una libreta, una luz buena.
  3. Conexión humana. Busca foros o grupos de tu curso. Comenta, comparte. Aprender en soledad se vuelve pesado.

Y sobre todo, no caigas en la trampa del perfeccionismo digital.
Nadie domina Zoom a la primera, ni sabe usar todas las opciones de Moodle sin jurar un poco.
La tecnología se aprende igual que las recetas: ensayo, error y humor.

Lo bueno es que estudiar online en la jubilación te da autonomía y autoestima.
Ya no dependes de nadie para buscar información, comunicarte o descubrir cosas nuevas.
Y eso, en esta etapa de la vida, es poder del bueno.

Porque quien aprende algo nuevo, aunque sea en pijama,
nunca está del todo solo ni del todo quieto.

Cómo mantener la motivación (cuando estudiar te cuesta)

Hay días en que el cerebro parece una radio vieja: chisporrotea, se apaga, y no sintoniza nada.
Te sientas con buena intención, abres el libro o la pantalla… y a los cinco minutos ya estás pensando en qué vas a cenar.

Tranquilo.
A todos nos pasa.
A los de veinte y a los de setenta.

Mantener la mente activa en la jubilación no es cuestión de fuerza bruta, sino de estrategia.
La memoria, igual que un músculo, mejora si la entrenas bien… y si no te machacas cuando falla.

La motivación, en realidad, se parece mucho al café:
hay que prepararla cada día.

Y eso se hace así:

  • Empieza con poco. Veinte minutos de estudio al día valen más que tres horas un domingo y luego nada en una semana.
  • Apunta a mano. No hay técnica digital que supere el poder de escribir con boli. Lo que se escribe, se recuerda.
  • Conecta lo que aprendes con tu vida. Si estudias historia, visita un museo. Si aprendes inglés, canta tus canciones favoritas con subtítulos. Si haces nutrición, cambia una comida real.
  • Hazlo ritual. Misma hora, mismo sitio, misma taza. El cuerpo crea hábito, y el hábito crea motivación.

Y cuando falle la memoria —porque fallará— no te enfades.
Recuerda que olvidar también forma parte de aprender.
Lo importante es el proceso, no la perfección.

Un truco sencillo para mejorar la concentración en la jubilación: cambia de estímulo cada 30 minutos.
Levántate, estira, riega una planta, toma un vaso de agua.
El cerebro adulto necesita oxígeno más que exigencia.

Y otro truco aún mejor: ríete de ti mismo.
De los errores, de las confusiones, del “¿cómo se llamaba este filósofo que empieza por S?”.
La risa oxigena más que cualquier suplemento para la memoria.

Porque mantener la mente activa no va de ser más listo.
Va de seguir curioso, paciente y con sentido del humor.

Y eso, amigo, sí que es sabiduría de verdad.

Estudiar rejuvenece (y no solo en la cabeza)

Hay cosas que el cuerpo olvida, pero el cerebro recuerda lo que le da vida.
Y aprender es una de ellas.

No lo digo yo: lo dicen los neurólogos.
Estudiar después de los 60 estimula la plasticidad cerebral, mejora la memoria y refuerza las conexiones entre neuronas.
Es decir, literalmente, rejuvenece el cerebro.

Cada vez que aprendes algo nuevo —una palabra, una idea, una técnica— tu cabeza crea caminos frescos.
Y esos caminos son los que mantienen la lucidez, la agilidad mental y, sobre todo, las ganas de seguir presente en el mundo.

Por eso, los verdaderos beneficios de estudiar en la jubilación no se miden en títulos, sino en energía.
Porque hay algo que cambia cuando entiendes algo que antes no sabías: se enciende una chispa.
Y esa chispa, si la alimentas, se convierte en entusiasmo.

No hay crema antiarrugas que iguale eso.

Muchos mayores que vuelven a estudiar notan algo curioso:
duermen mejor, se sienten más optimistas, se relacionan con más ganas.
Y no es magia: aprender para envejecer mejor significa mantener la mente ocupada en lo que da sentido, no en lo que preocupa.

Cuando uno estudia, la mirada se abre.
Y cuando la mirada se abre, el tiempo se ensancha.

Quizá por eso, los alumnos sénior de universidades y programas culturales suelen repetir año tras año.
No por obligación, sino porque han descubierto un secreto que nadie les contó:
que la juventud no está en la piel, sino en la curiosidad.

Estudiar es la vacuna más barata contra el envejecimiento interior.
Y lo mejor: no tiene efectos secundarios, salvo una sonrisa más frecuente y un brillo nuevo en los ojos.

Qué estudiar en la jubilación (y qué estudian ya miles de jubilados en España)

Si paseas por los pasillos de una universidad española un martes por la mañana, verás algo curioso:
grupos de personas de pelo blanco tomando apuntes, comentando exposiciones o riendo a la salida de clase.
No son profesores. Son alumnos sénior.

En España, más de 55.000 personas mayores de 55 años están matriculadas cada año en programas universitarios para mayores, según el Ministerio de Universidades.
Y sus asignaturas favoritas dicen mucho de cómo está cambiando la jubilación.

Las carreras más demandadas por jubilados en España son:

  • Historia del Arte, por pura fascinación y disfrute. Muchos descubren que ver un cuadro sabiendo lo que hay detrás cambia completamente la experiencia.
  • Psicología, porque a cierta edad uno quiere entender la mente… la propia y la ajena.
  • Filosofía, ese refugio de quienes buscan sentido más allá de la rutina.
  • Literatura y escritura creativa, para quienes tienen historias que contar o ganas de poner en orden su memoria.
  • Idiomas, especialmente inglés, francés e italiano. Aprenderlos se ha vuelto un reto divertido y un pasaporte mental.
  • Historia contemporánea y política, para entender cómo llegamos hasta aquí sin gritarle a la tele.
  • Ciencias de la salud, donde muchos estudian nutrición, longevidad o primeros auxilios con afán preventivo.

Estas áreas reinan en los Programas Universitarios para Mayores (PUM) de universidades como la Complutense, la de Sevilla o la de Salamanca.
Y no es casualidad: todas comparten una cosa en común.
Ayudan a conectar el conocimiento con la vida cotidiana.

Carreras que hoy tienen más sentido que nunca

Pero hay otras disciplinas que, sin ser tan clásicas, merecen una segunda mirada, porque responden al mundo que estamos viviendo:

  1. Tecnología práctica y competencias digitales.
    No para programar, sino para entender cómo funcionan las herramientas que dominan el día a día.
    Aprender a usar bien un móvil, una red social o una hoja de cálculo da autonomía, confianza y evita la sensación de desconexión.
    La alfabetización digital es el nuevo saber leer y escribir.
  2. Educación ambiental y sostenibilidad.
    Muchos jubilados se sienten más cerca de la naturaleza que nunca.
    Formarse en sostenibilidad, reciclaje o energías limpias permite contribuir en asociaciones locales, huertos urbanos o proyectos comunitarios.
  3. Ciencias sociales y antropología.
    Comprender cómo cambian las sociedades, las culturas y las relaciones humanas da una perspectiva fascinante sobre el tiempo que vivimos.
  4. Economía doméstica, finanzas y emprendimiento sénior.
    Aprender a gestionar el dinero con cabeza o montar un pequeño proyecto propio (una web, un podcast, un libro) se ha convertido en tendencia entre jubilados activos.
    Aquí puedes leer más sobre finanzas claras para mayores.
  5. Comunicación y nuevas narrativas.
    Contar historias, crear contenido, aprender fotografía o vídeo.
    Cada vez más personas mayores abren blogs, podcasts o canales sobre viajes, cocina, historia o experiencias vitales.
    No es postureo, es legado.
  6. Voluntariado, mediación y cooperación social.
    Formarse para acompañar, mediar o participar en ONG no solo mantiene la mente viva, sino el corazón ocupado.

📚 Tres ejemplos que inspiran

  • Carmen, 69 años, se matriculó en Psicología en la UNED “solo para entender por qué la gente repite errores”. Hoy da charlas sobre salud emocional en centros de mayores.
  • Luis, 71, aprendió a usar Canva y YouTube para montar su canal “Cocina con historia”. Cada receta viene con una anécdota de su infancia.
  • María, 75, estudia sostenibilidad y ayuda en un huerto urbano. “He pasado de regar mis plantas a entender el clima”, dice entre risas.

Estas historias tienen algo en común:
ninguna habla de pasar el tiempo, sino de vivirlo mejor.

Porque estudiar en la jubilación no es un entretenimiento, es una forma de seguir influyendo en el mundo, aunque sea desde un aula o una pantalla.

Y ese, quizá, sea el aprendizaje más grande de todos:
que el futuro no pertenece a los jóvenes, sino a quienes siguen aprendiendo sin rendirse.

Avatar de Pepe

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *