Hay una verdad incómoda de la jubilación que nadie dice en las charlas oficiales ni en las campañas de los bancos: el primer día te levantas sin despertador, sonríes como un chaval de 15 en verano, y piensas “esto es la gloria”. Pero al cabo de un par de meses, el calendario se vuelve demasiado blanco. Demasiados huecos, demasiadas horas muertas, demasiado sofá.
Lo sé porque lo viví en mis carnes. Me levantaba tarde, desayunaba tranquilo y luego me decía: “a ver qué hago ahora”. Y cuando me daba cuenta, eran las siete de la tarde y no había hecho nada más que pasear del sillón a la nevera. Un día, dos días… y de repente me vi apagándome. No físicamente, ojo, sino en el ánimo.
Ahí comprendí que la jubilación no es el final de la carrera, es el comienzo de otra maratón. Una maratón distinta: sin jefes, sin fichajes, pero también sin ese guion que antes te decía qué hacer. Y como no te inventes tú un guion nuevo, el sofá se lo inventa por ti.
El arte de no aburrirse (aunque no haya trabajo)
Un amigo me dijo una vez: “Pepe, lo peor de dejar de trabajar no es la falta de dinero, es la falta de lío”. Y tenía razón. El cuerpo y la mente necesitan lío. No de ese que te amarga, sino del que te mantiene vivo.
Yo, por ejemplo, descubrí la pintura. Nunca había cogido un pincel en serio, pero un día, en la asociación cultural del barrio, organizaban un taller. Me apunté casi de broma, y acabé enganchado. Ahora me río pensando que estuve 40 años trabajando en números, informes y papeles, y resulta que dentro llevaba escondido un Picasso de tercera división.
El truco está en probar cosas. Una, otra, y otra. Al final, siempre aparece algo que te hace tilín. Y si no aparece, al menos tienes tema de conversación con los amigos: “oye, probé a bailar salsa, casi me parto la cadera, pero qué bien me lo pasé”.
La salud: gasolina para los años buenos
Aquí no voy a descubrir América. Si quieres una jubilación feliz, cuida la máquina. No hace falta ser un atleta, pero sí moverse, comer con cabeza y hacerse caso cuando el cuerpo avisa.
Recuerdo que un médico muy cachondo me soltó: “Pepe, tú ya no tienes que correr detrás del autobús, tienes que correr delante de la farmacia”. Y tenía razón. Cada paseo, cada plato de legumbres en vez de ultraprocesados, cada hora de sueño bien dormido, te regalan años buenos.
Porque ojo, no se trata solo de vivir más, sino de vivir mejor. ¿De qué sirve llegar a los 90 si pasas los últimos diez sentado sin poder moverte? La clave es alargar los años buenos, esos en los que aún puedes viajar, reírte con los amigos y hacer el tonto con los nietos.
Viajar sin necesidad de cruzar el charco
Muchos piensan que viajar es cosa de millonarios. Y no. Viajar puede ser irte a pasar un día al pueblo de al lado, descubrir una ruta nueva por el monte, o meterte en un tren barato hasta la costa.
Yo siempre digo que los jubilados somos exploradores de proximidad. Tenemos tiempo, tenemos curiosidad, y con cuatro bocadillos en la mochila se arma una excursión de campeonato. La diferencia está en la actitud.
Conozco a un grupo de amigos que cada jueves eligen un sitio a menos de 100 km y se van juntos. Lo llaman “el Erasmus de mayores”. Se ríen, comen bien y vuelven a casa con historias nuevas. Y esas historias son vitamina pura contra la rutina.
Las amistades: la verdadera medicina
Que sí, que las pastillas ayudan. Pero lo que de verdad cura es la risa compartida. Es sentarte en el banco de la plaza con los colegas, rajar de todo y de todos, y sentir que no estás solo.
Yo tengo un grupo de jubilados con los que nos reunimos cada semana. Jugamos al dominó, pero en realidad lo de menos son las fichas. Lo importante es la charla, el pique sano, las historias repetidas mil veces que aún nos hacen gracia.
Y esto no lo digo yo, lo dicen hasta los científicos. La soledad mata más que el tabaco. Así de claro. Así que si quieres cuidar tu salud, busca compañía. No te encierres. Haz piña.
Reinventarse sin miedo al qué dirán
La jubilación es la mejor oportunidad para hacer lo que antes no te atrevías. Abrir un pequeño huerto, apuntarte a teatro, aprender a usar TikTok (aunque te sientas ridículo).
Yo, por ejemplo, me lancé a escribir. Al principio me dio apuro: “qué van a pensar mis amigos si me pongo de escritorzuelo a estas alturas”. Pero luego pensé: ¿y qué? Si no lo hago ahora, ¿cuándo?
La jubilación no es retirarse, es cambiar de escenario. Y el guion lo escribes tú.
El humor: el chaleco salvavidas
La vida, a estas alturas, tiene sus achaques, sus pérdidas, sus golpes. Y no podemos evitarlo. Pero sí podemos decidir con qué cara lo afrontamos.
Yo siempre digo que el humor es un chaleco salvavidas: si te lo pones, no te hundes. Puedes llorar y reír al mismo tiempo, y está bien. Pero reír, aunque sea de lo absurdo, es lo que te mantiene a flote.
El otro día, en la consulta del médico, uno de los del grupo le suelta: “Doctor, tengo 74, ¿usted cree que llegaré a los 80?”. Y el médico, serio, responde: “Pues depende, ¿qué piensa hacer los próximos seis años?”. Nos partimos todos de risa, y salimos de allí con menos miedo.
Comunidad Jubilistos: la gran familia invisible
Aquí es donde entra lo que estamos construyendo juntos. Porque al final, de eso va Jubilistos: de no estar solos, de compartir experiencias, de animarnos cuando uno flojea, de darnos ideas para aprovechar esta etapa de la vida.
Cuando uno lee que otro ha empezado a bailar, o a escribir, o simplemente ha dejado de fumar… se contagia. Porque esto no va de competir, va de inspirarnos.
Y vamos terminando
Si algo he aprendido en estos años es que la jubilación no es un descanso eterno. Es un terreno fértil. Y depende de nosotros sembrar risas, amistades, proyectos y salud para que florezca.
Así que no te fíes de los anuncios que pintan la jubilación como un sillón eterno frente al mar. La jubilación de verdad se parece más a una verbena: a veces suena la orquesta desafinada, pero si bailas con ganas, disfrutas igual.
Y ya sabes: aquí, en Jubilistos, estamos juntos para que esos años buenos sean muchos y sabrosos. Que el sofá no sea tu jefe. Que la risa sea tu medicina. Y que cada día, aunque sea pequeñito, tenga algo que merezca la pena contar.
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